El pez que no quiso evolucionar

Esta historia llegó a mis manos en una capacitación que tuvimos hace un año y no quiero dejarla pasar, aquí se las transcribo.

Había una extraña agitación en la zona de las grandes marismas.  Todos los animales acuáticos tenían una asamblea convocada por la tortuga.  Aunque el nivel de las aguas era sobrado, había descendido en los último años y eso inquietó al viejo reptil  Por ello mandó llamar a la comunidad de animales de la vencindad para trasladar sus conclusiones.

"Amigos, imagino que os habréis fijado en que cada vez hay menos agua.  Sé que aún no parece nada serio, pero he visto este mismo proceso con anterioridad en otras zonas de la Tierra, y os vaticino que se aproximan siglos de dura sequía".

Ante estas palabras se organizó un gran revuelo. Todos habían precibido un suave y continuado descenso del cudal de las marismas, pero nadie creía que puediera ser tan grave.  "¿por qué nos habrá citado si hoy hay agua de sobra? se preguntaban unos a otros.

El centenario galápago dio respuesta a la inquietud despeñada:  "Os he cnvocado porque afortunadamente todavía nos queda mucho tiempo, y prodremos superar esto sinproblemas si empezamos a actuar desde hoy.  Para que sobrevivan nuestras especies tenemos que EVOLUCIONAR, hay que cambiar la forma en que hacemos las cosas en la laguna, TENEMOS QUE PREPARARNOS".

Todo quedaron estupefactos. Nunca se ha habían planteado tal cosa y tras el shock inicial, comenzaron a preguntar cómo hacerlo.  "Cada día, estaremos unos minutos fuera del agua, el que no pueda que empiece por unos segundos y poco a poco se vaya ampliando.  Debemos hacerlo una y otra vez, y enseñarlo a las generaciones venideras, para que caa especie evolucione con el tiempo, y así lograr que todos podamos mantenernos en un entorno sin marismas.  Debemos también cambiar nuestros hábitos de alimentación, y cada día ir comiendo alo que no esté en el agua, hasta que acostumbremos a nuestro cuerpo a digerir plantas del exterior.

Con ciertos temores e incertidumbre, todos empezaron con el largo y concienzudo plan de acción. En unas decenas de generaciones lograrían respirar fuera del agua, alimentarse con comida que crece en la tierra y hasta podrían moverse fuera del ámbito acuoso.  Todos menos La Tilapia, uno de los peces históricos de las marismas, que se negó a participar en este proceso. Se burló, se rió de sus compañeros, le dijo "tontos, estúpidos, sapos, brochas, y se retiró sonriendo",.

Convencido de la exageración de la tortuga no hizo caso, y protno disfrutó de la torpeza de sus vecinos ganando capacidad para cobrar más comida.  Las otras especies, a medida que evolucionaban, eran menos competitivas dentro del agua. La Tilapia veía descender las aguas, pero mantenía la visión de que algunas lluvias arregalarían a tiempo el problema. Se decía a sí misma, "Yo puedo solo con esto".


Al cabo del tiempo, tan sólo unas pocas charcas con apenas un dedo de profundidad hacían recordar que en esos parajes hubo alguna vez uns marismas.  La Tilapia agonizaba, y ese veranao, el m´s duro que se recordaba, acabaría con seguridaed con el agua que quedaba.  Delgado, sin poder moverse, lloraba su desgracia y rcordaba las veces que se había burlado de sus amigos, de aquellos que muchas veces formó equipo, jugaba y confiaba.  Justo entonces pasó la tortuga a su lado y le dijo:  "Tuviste la misma oportunidad que los demás.  Por eso, en este mujndo de cambios constantes evolucionar no es una opción, es una obligación para sobrevivir y salir adelante, creíste que eras el mejor y ya ves en lo que paraste.

La Tilapia, aún sin comprender gritaba:  "Qué mala suerte he tenido, todo se ha puesto en mi contra y para colmo este verano terrible, que fatalidad. Tú lo dices porque eres una tortuga y puedes desenvolverte por donde quieras, pero no tienes ni idea de que es esto.  Esto me pasa por quedarme atrás!Z

La anciana tortuga sonrió y antes de abandonar la laguna a la tilapia le comentó:  "Mi infeliz amigo, hace mucho, mucho tiempo, yo era un pez estùpido como tú, y también me llegó la opotunidad de evolucionar.  Aunque me presté a ello, no lo  tomé en serio, y es por eso que soy aí de torpe y lenta sobre la tierrra, me temo que jaas llegaré a volar y apenas me desenvuelvo con soltura bajo el agua.  Durante años eché la culpa a la mala suerte, a los demás, y ahora ya he aprendido que soy yo el único responsable, pjues cuando la realidad me mandaba sus señales me empeñé en no hacer caso, en no cambiar nada en mi y casi me quedo fuera de este nuevo mundo.  Me marcho, he decidido que debo ser más rápida, así que he de correr un poco más cada día, y así podré evolucionar a algo superior, pues parece que vendrán tiempos de escasez y quiero seguir siendo competitiva par entonces".


La tilpapia murió en el barro, en el barrizal de los inmovilistas, de los que no quieren cambiar, en el lodo de los mediocres que, embriagados por la abundancia de hoy, de creerse los mejores, no saben ver la necesidad de cambio, de evolución, para seguir existiendo mañana.

Igual que el pez, hay muchas personas, que aún viendo las nuevas exigencias y tendencias que habrá que afrontar en el futuro inmediato, no asumen la evolución como necesidad profesional inminente de cambio.  Son los que esperan pasivos que al final una lluvia milagrosa acabe por volver a poner las cosas como antes, sin entender que en el entorno competitivo actual nada es nunca como siempre, puesto todo está en continuo progreso y los que no sean capaces de evolucionar con ellas, por fuertes o competentes que sean hoy, pasarán a engrosar la lista de las especies extinguidas por quedar desfasados de su mundo.
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La historia de mi juguete especial



Mamá dice que es importante valorar lo que Dios nos da…y ella y yo nos hemos propuesto a ser los “Salvadores de la naturaleza” .Tenemos un pequeño depósito de reciclaje en el patio de mi casa y hemos empezado a juntar: papeles, latas, cartón  y plásticos;  y restos de frutos y verduras que lo echamos en un pocito hecho en mi jardín. Lo hacemos  para proteger a  nuestro planeta.
Pero un día estaba aburrido de mis juguetes, quería hacer uno yo mismo y jugar con ello. Entonces se nos ocurrió a mamá y a  mí una idea sorprendente “hacer y crear mi propio juguete”. Luego fuimos al depósito de reciclaje cogimos las cajas, papeles y empezamos armar un perro, mi mascota favorita… fue graciosísimo le pusimos patas de conos de papel higiénico, de latas, de botella… hasta que decidimos hacer de cajitas y papel… luego lo pintamos con un color marrón caramelo y finalmente quedo mi perro como había soñado, le puse una capa roja y lo llamé SUPERCAN…  todos mis amigos morían por jugar con mi perro volador. Sabes una cosa sorprendente yo y mis amigos creemos que mi perro vuela  cuando lo llevo corriendo en el aire.
Me encanta mi Supercan y se que nunca me olvidaré de este perrito gracioso y divertido;  hasta sueño con él como si estuviera vivo en mi imaginación.
Fin

 Autor: David Guerra Salvador
 http://www.encuentos.com/autores-de-cuentos-2/ninos-escritores/la-historia-de-mi-juguete-especial-historias-cortas-para-ninos-relatos-cortos-infantiles/
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Tomasa y Cubanito




Tomasa era una hormiguita muy trabajadora, alegre y sobre todo muy responsable y cuidadosa.
Tenía su hogar, al que ella llamaba “su mundo chiquito”. El mundo de Tomasa estaba formado por una hermosa casita, plantas y flores, el aire que respiraba, los pajaritos que la alegraban con su canto y el sol que la iluminaba.
La hormiguita cuidaba mucho su mundito, lo limpiaba, lo protegía, regaba sus plantas y flores, arrojaba la basura sólo en su pequeño cestito y vivía en armonía con todos sus vecinos. También cuidaba especialmente el techo de su casita, ella decía que el techo de dónde uno vive es muy importante.
En el vecindario, no todos eran como Tomasa. Su vecino de enfrente, llamado Cubanito era una hormiga macho que no cuidaba sus cosas y nada le importaba demasiado, ni su casita, tampoco el techo, ni nada de lo que lo rodeaba. Se la pasaba tirado en el pasto tomando sol, según decía él porque traía esa costumbre del país donde había nacido. Según diría yo, porque era medio vagoneta.
Cubanito observaba siempre todo lo que hacía Tomasa, como regaba sus plantitas y juntaba sólo las ramitas que estaban caídas por ejemplo. El, sin embargo, las arrancaba de los árboles sin importarle cómo los dañaba. No terminaba de entender por qué la hormiguita se tomaba tanto trabajo para mantener su mundo sano, para él todo daba lo mismo.
Cierto día, mientras Tomasa sacaba del techo de su casa la basura acumulada, Cubanito se le acercó y le pregunto:
- ¿Oye chica se puede saber por qué trabajas tanto? Digo, tu podrías estar asoleándote y tomando un refresco.
- Si yo no cuido el techito de mi casa, se terminará arruinando y no quiero. El techo es una parte muy importante de la casa de uno.
- Creo que tu te haces demasiado problema ¿sabes? Mejor haz como yo y ¡disfruta chica, disfruta!
- Ud. es el que debería hacer como yo ¿acaso no vio lo sucia que está su casa? el techo está empezando a dañarse, todo lo que lo rodea es un basural ¿de verdad no se da cuenta?
- Pues tu sabes chica, ya te lo he dicho, te haces mucho problema, así no llegarás a vieja, mejor me voy a tomar otro poquito de sol ¿vienes?
- No gracias, yo me quedo trabajando – dijo Tomasa.

Como había dicho, Cubanito se fue a tomar sol y siguió haciéndolo casi todo el día. El sol nos da energía necesaria y un calorcito muy lindo, pero también hay que tener cuidado, hay que usar protección y no estar demasiado tiempo.
Cubanito lo sabía, pero, como con la mayoría de las cosas, no le daba importancia. Ese día empezó a aprender la lección.
Tanto estuvo al sol que se quedó dormido, de repente el olor a quemado lo despertó:
- ¡Pues chico algo se está quemando aquí, qué vaina chico qué vaina! Empezó a decir Cubanito y cuando se dio cuenta que lo que se quemaban eran sus pequeñas patitas, se puso aún más nervioso.
- ¡Pues que vengan los bomberos chico! ¡Llamen a las autoridades soy un mulato joven para morir!�
Tomasa, quien estaba regando sus flores, escuchó los gritos de su vecino y salió a socorrerlo. Con el agua de su regadera apagó el fuego de las patas y Cubanito respiró aliviado.
- Le dije que no tomara tanto sol, el exceso de sol es malo tanto para sus patitas, como para todos. Rezongó Tomasa.
- ¡Pues tu sabes que tienes razón chica! Gracias por salvarme, lo tendré en cuenta por si te asoleas demasiado tu alguna vez.
- No hará falta gracias, mejor limpie un poco el techo de su casa que buena falta le hace. Dijo la hormiguita y se fue.

Sin embargo, Cubanito no le hizo caso, pasaron los días y el techo de su casita cada día estaba peor, la suciedad acumulada y el poco cuidado había empezado a debilitarlo, tanto es así que un pequeño agujero se había formado y cada día que pasaba ese agujero se hacía más grande.
Una noche se desató una lluvia muy fuerte. Por el agujero -ya de tamaño mediano- empezó a entrar agua, mucha agua.
- ¡Que me ahogo chico que me ahogo! Gritaba muy asustado ¡Que alguien detenga esto, es que no se nadar que vaina!
Tomasa se despertó sobresaltada y viendo que otra vez su vecino estaba en problemas fue a ayudarlo. Se puso su pequeño piloto, subió al techo de la casita, retiró la suciedad y reparó los daños. Cuando bajó muy enojada le dijo al mulato.
- ¿Qué no le dije que cuidara de su techo? El techo de nuestro mundo también nos protege y Ud. no cuidó el suyo ¿vio las consecuencias de no cuidarlo?
- ¡Claro que las veo chica, mirá estoy empapado, si parezco un alga marina de las que hay en las playas de mi país!
- ¡Qué alga ni alga! Contestó muy enojada Tomasa. Si yo no llego a tiempo Ud. no cuenta el cuento ¿se entiende?
- Se entiende, chica, se entiende. Respondió Cubanito con la cabeza baja y un poco de culpa. No la suficiente para terminar de aprender la lección.

Al día siguiente y para secar todo lo que había quedado húmedo de la tormenta del día anterior, la hormiga mulata decidió hacer una fogata. Una vez más no hacía lo correcto, no sólo porque estaba encendiendo fuego donde no debía, sino porque en vez de recolectar las ramitas ya caídas de los árboles empezó a arrancarlas.
Los árboles, muy dolidos y enojados le contaron a Tomasa acerca de su vecino. La hormiguita quien no sólo protegía su mundito, sino el de todos, una vez más fue a hablar con él.
- Pues relájate chica ¿qué hacen unas ramitas de menos?, ya les crecerán, pues tu sabes.
Dicho esto, se fue con sus ramas a hacer fuego donde no debía. Demás está decir que otra vez hizo lío, y prendió fuego a todo su alrededor, poniendo en peligro a los árboles, las plantas, las flores y a todos los bichitos del lugar.
Una vez más, y ya algo cansada, Tomasa fue en ayuda de su vecino. Ya no sabía cómo hacer para que Cubanito entendiese que había que cuidar el mundo de todos.
- No ha pasado nada chica! Nos hemos salvado, Aleluya, aleluya! Daré una fiesta en tu honor por haberme salvado una vez más ¡Ven a gozar chica!
- No gracias, no quiero una fiesta, sólo le pido que entienda y haga las cosas bien. Nos pone en peligro a todos.

Estaba visto que no era el momento de entender para Cubanito. Invitó a todos sus amigotes, tan sucios y descuidados como él. Luego de la fiesta, el vecindario quedó hecho un basural: latas, comida, envases, cartones, todo tirado. Por supuesto, ninguno de ellos lo limpió.
Era tal la basura tirada, que se taparon cañerías, desagües y algún que otro pozo que había en el pasto.
Como no es de extrañar, una vez más Cubanito se metió en problemas. Cayó dentro de uno de los pozos que estaba tapado por la gran cantidad de basura que él y sus amigos habían dejado tirada. Empezó a gritar:
- ¡Qué vaina chico que ha pasado! ¡qué me he caído, que alguien venga a socorrerme! ¡Qué esto huele horrible!
Todos en el vecindario escucharon los gritos. Arboles, flores, plantas, pajaritos, vecinos y por supuesto Tomasa.
Como lección y para que de una vez por todas Cubanito aprendiera, decidieron entre todos no sacarlo enseguida del pozo.
- Pues qué pasa chico que no viene nadie? Qué se han ido todos? ¿Qué nadie me ayudará a salir de esta inmundicia?
Tomasa, asomada desde arriba le dijo:
- Como diría Ud., “pues ahí se quedará chico”, a pensar cómo se ha comportado hasta ahora, justo ahí en medio de la suciedad, de la cual parece disfrutar mucho.
Allí lo dejaron el tiempo suficiente como para que esta hormiga descuidada pudiese empezar a pensar en cómo se había comportado hasta ahora.�
En medio de ese oscuro pozo lleno de basura y mal oliente todo era muy triste. Cubanito no podía hacer nada más que pensar y taparse la nariz de a ratos. Cuando miraba hacia arriba y veía el cielo, la luz, el sol, escuchaba el canto de los pajaritos y las voces de sus vecinos, empezó a darse cuenta que afuera existía un mundo. Un mundo lleno de cosas bellas que él había arruinado, un mundo que merecía protección, cariño y cuidado.
Pasó el tiempo, Cubanito salió muy distinto del pozo en el cual había caído, ya no era la misma hormiga. Ahora era el primero en cuidar el vecindario. Es más se ofreció recolectar la basura de todos los vecinos. Hacía su trabajo con un gorrito puesto, protección solar y mucha alegría, mientras se lo escucha decir:
- ¡Qué vaina chico, qué vaina! ¡Cuánta basura tira la gente pues tu sabes!

Fin

Para pensar y conversar con papá y mamá:

- ¿Cuál es tu actitud frente al medio ambiente?

- ¿Te das cuenta que está en nuestras manos cuidar más este mundo y no dañarlo como lo estamos haciendo?

- ¿A qué te parece que se refiere Tomasa cuando habla del “techito de casa y agrega que éste es muy importante”?

- Si algo no estás haciendo bien ¿Te comprometes a cambiarlo para que todos vivamos mejor y nuestro mundo no sufra?


Liana Castello, escritora de cuentos infantiles



http://www.encuentos.com/educacion-ambiental-2/tomasa-y-cubanito-educacion-ambiental-para-ninos-pagina-de-cuentos-cuentos-infantiles-para-escuchar-lecturas-infantiles-escritores-de-literatura-infantil/
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Los niños y el medio ambiente

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El león, la zorra y el lobo

Cansado y viejo el rey león, se quedó enfermo en su cueva, y los demás animales, excepto la zorra, lo fueron a visitar.
Aprovechando la ocasión de la visita, acusó el lobo a la zorra expresando lo siguiente:
-- Ella no tiene por nuestra alteza ningún respeto, y por eso ni siquiera se ha acercado a saludar o preguntar por su salud.

En ese preciso instante llegó la zorra, justo a tiempo para oír lo dicho por el lobo. Entonces el león, furioso al verla, lanzó un feroz grito contra la zorra; pero ella, pidió la palabra para justificarse, y dijo:
-- Dime, de entre todas las visitas que aquí tenéis, ¿ quién te ha dado tan especial servicio como el que he hecho yo, que busqué por todas partes médicos que con su sabiduría te recetaran un remedio ideal para curarte, encontrándolo por fin ?
-- ¿ Y cuál es ese remedio ?, dímelo inmediatamente. -- Ordenó el león.
-- Debes sacrificar a un lobo y ponerte su piel como abrigo -- respondió la zorra.
Inmediatamente el lobo fue condenado a muerte, y la zorra, riéndose exclamó:
-- Al patrón no hay que llevarlo hacia el rencor, sino hacia la benevolencia.
Moraleja:
Quien tiende trampas para los inocentes, es el primero en caer en ellas.
Autor:Peques de ClubPlaneta

http://www.peques.com.mx/el_leon_la_zorra_y_el_lobo.htm
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El gusano y el escarabajo



Había una vez un gusano y un escarabajo que eran amigos, pasaban charlando horas y horas. El escarabajo estaba consciente de que su amigo era muy limitado en movilidad, tenía una visibilidad muy restringida y era muy tranquilo comparado con los de su especie. El gusano estaba muy consciente de que su amigo venía de otro ambiente, comía cosas que le parecían desagradables y era muy acelerado para su estándar de vida, tenía una imagen grotesca y hablaba con mucha rapidez.



Un día, la compañera del escarabajo le cuestionó la amistad hacia el gusano. ¿Cómo era posible que caminara tanto para ir al encuentro del gusano? A lo que él respondió que el gusano estaba limitado en sus movimientos. ¿Por qué seguía siendo amigo de un insecto que no le regresaba los saludos efusivos que el escarabajo hacía desde lejos? Esto era entendido por él, ya que sabía de su limitada visión, muchas veces ni siquiera sabía que alguien lo saludaba y cuando se daba cuenta, no distinguía si se trataba de él para contestar el saludo, sin embargo calló para no discutir. Fueron muchas las respuestas que en el escarabajo buscaron para cuestionar la amistad con el gusano, que al final, éste decidió poner a prueba la amistad alejándose un tiempo para esperar que el gusano lo buscara.

Pasó el tiempo y la noticia llegó: el gusano estaba muriendo, pues su organismo lo traicionaba por tanto esfuerzo, cada día emprendía el camino para llegar hasta su amigo y la noche lo obligaba a retornar hasta su lugar de origen. El escarabajo decidió ir a ver sin preguntar a su compañera qué opinaba.
En el camino varios insectos le contaron las peripecias del gusano por saber qué le había pasado a su amigo. Le contaron de cómo se exponía día a día para ir a dónde él se encontraba, pasando cerca del nido de los pájaros. De cómo sobrevivió al ataque de las hormigas y así sucesivamente.
Llegó el escarabajo hasta el árbol en que yacía el gusano esperando pasar a mejor vida. Al verlo acercarse, con las últimas fuerzas que la vida te da, le dijo cuánto le alegraba que se encontrara bien. Sonrió por última vez y se despidió de su amigo sabiendo que nada malo le había pasado.


El escarabajo avergonzado de sí mismo, por haber confiado su amistad en otros oídos que no eran los suyos, había perdido muchas horas de regocijo que las pláticas con su amigo le proporcionaban. Al final entendió que el gusano, siendo tan diferente, tan limitado y tan distinto de lo que él era, era su amigo, a quien respetaba y quería no tanto por la especie a la que pertenecía sino porque le ofreció su amistad.
El escarabajo aprendió varias lecciones ese día: La amistad está en ti y no en los demás, si la cultivas en tu propio ser, encontrarás el gozo del amigo. También entendió que el tiempo no delimita las amistades, tampoco las razas o las limitantes propias ni las ajenas. Lo que más le impactó fue que el tiempo y la distancia no destruyen una amistad, son las dudas y nuestros temores los que más nos afectan. Y cuando pierdes un amigo una parte de ti se va con él. Las frases, los gestos, los temores, las alegrías e ilusiones compartidas en el capullo de la confianza se van con él.


El escarabajo murió después de un tiempo. Nunca se le escuchó quejarse de quien mal le aconsejó, pues fue decisión propia el poner en manos extrañas su amistad, solo para verla escurrirse como agua entre los dedos.
Si tienes un amigo no pongas en tela de duda lo que es, pues sembrando dudas cosecharás temores. No te fijes demasiado en cómo habla, cuánto tiene, qué come o qué hace, pues estarás poniendo en una vasija rota tu confianza. Reconoce la riqueza de quien es diferente de ti y está dispuesto a compartir sus ideales y temores, pues esto alimenta el espíritu de supervivencia más que un buen platillo.
La esencia del gusano y el escarabajo se volvió una en el plano que se encuentra más allá de este mundo, volviendo al regocijo que en esta vida habían encontrado. Este es el final de mi historia, pues siendo TÚ mi amigo no te puedo exponer a una tristeza que no quisiera para mí. No sé si tú seas el gusano o yo el escarabajo, pero seguro que somos distintos y en planos ajenos nos movemos. Yo, como gusano, te seguiré buscando día a día, y como escarabajo, no me fijaré en limitaciones. Como gusano, omitiré lo grotesco que me puedas parecer. Como escarabajo, haré uso de mis habilidades para servirte.
Dijo la madre Teresa: "Voy a pasar por la vida una sola vez, cualquier cosa buena que yo pueda hacer o alguna amabilidad que pueda hacer a algún humano, debo hacerlo ahora, porque no pasaré de nuevo por ahí".
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La rana y el escorpión

Cuenta un relato popular africano que en las orillas del río Níger, vivía una rana muy generosa.
Cuando llegaba la época de las lluvias ella ayudaba a todos los animales que se encontraban en problemas ante la crecida del rio.
Cruzaba sobre su espalda a los ratones, e incluso a alguna nutritiva mosca a la que se le mojaban las alas impidiéndole volar. Pues su generosidad y nobleza no le permitían aprovecharse de ellas en circunstancias tan desiguales.
También vivía por allí un escorpión, que cierto día le suplicó a la rana: "Deseo atravesar el río, pero no estoy preparado para nadar. Por favor, hermana rana, llévame a la otra orilla sobre tu espalda".
La rana, que había aprendido mucho durante su larga vida llena de privaciones y desencantos, respondió enseguida: "¿Que te lleve sobre mi espalda? ¡Ni pensarlo! ¡Te conozco lo suficiente para saber que si estoy cerca de tí, me inyectarás un veneno letal y moriré!"
El escorpión le replicó: "No digas estupideces. Ten por seguro que no te picaré. Porque si así lo hiciera, tú te hundirías en las aguas y yo, que no sé nadar, perecería ahogado."
La rana se negó al principio, pero la incuestionable lógica del escorpión fueron convenciéndola... y finalmente aceptó. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró, y comenzaron la travesía del río Níger.
Todo iba bien. La rana nadaba con soltura a pesar de sostener sobre su espalda al escorpión. Poco a poco fue perdiendo el miedo a aquel animal que llevaba sobre su espalda.
Llegaron a mitad del río. Atrás había quedado una orilla. Frente a ellos se divisaba la orilla a la que debían llegar. La rana, hábilmente sorteó un remolino...
Fue aquí, y de repente, cuando el escorpión picó a la rana. Ella sintió un dolor agudo y percibió cómo el veneno se extendía por todo su cuerpo. Comenzaron a fallarle las fuerzas y su vista se nubló. Mientras se ahogaba, le quedaron fuerzas para gritarle al escorpión:
"¡Lo sabía!. Pero... ¿Por qué lo has hecho?"
El escorpión respondió: "No puedo evitarlo. Es mi naturaleza".
Y juntos desaparecieron en medio del remolino mientras se ahogaban en las profundas aguas del río Níger.
¿Qué podemos aprender de esta historia?
¿Cual es la gente "escorpión"?

  • Aquella gente que se le pasa hablando mal de los demás
  • Aquella gente que está pensando como destruir la vida de los otros.
  • Aquella gente a la que no te puedes acercar porque sabes que invariablemente recibirás una mala palabra, una mala acción, un desplante o un desprecio. 

    ¿Cual es la gente "rana"?

    • Aquella gente que ayuda a los demás.
    • Aquella gente en la que puedes confiar.
    • Aquella gente a la que invariablemente buscas porque deja una huella positiva en tí, ya sea una huella de cariño, amistad, lealtad, bondad, solidaridad.
    ¿Que tipo de gente eres?
    Porque los escorpiones terminarán siempre sólos, o rodeados de escorpiones o de otros animales rastreros y ponzoñosos.
    Las ranas podrán encontrarse con escorpiones, pero también con otras ranas, y cuando las ranas se encuentran, existe la felicidad.
    Aléjate de la gente ponzoñosa cuya "naturaleza" es estar escupiendo veneno y cuyas malas intenciones te pueden afectar, e incluso, no te dejarán vivir.
    Y algo muy importante: Los animales en la vida real no pueden decidir, por lo que actuan conforme a lo que su naturaleza les dicta. Pero nosotros los humanos tenemos libertad, y con esa libertad podemos decidir la moral con la que actuamos. Cada quien decide si se rige por la moral de la rana o por la moral del escorpíon; tú puedes escoger en que te conviertes y como terminará tu vida.

    http://www.peques.com.mx/la_rana_y_el_escorpion.htm
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    Las tres palmeras

    En un extenso desierto vivían tres palmeras hermanas que de pequeñas eran muy alegres y amigables. Sucedió que un día se empezaron a quejar de todo lo que les pasaba, se aburrían del día a día y ya no tenían más ilusión por la vida.
    Si era verano se quejaban del calor y si era invierno del frío. Un día la luna salió y de tanto escucharlas les habló:
    - Por que mejor no se dejan de renegar y empiezan por apreciar la belleza que hay a su alrededor.
    - A qué te refieres, preguntaron las palmeras.
    - A que si uno valora la belleza de vivir en armonía con lo que nos rodea podrán vivir en paz y ser muy feliz. Recuerdan cuando eran pequeñas, vivían al máximo sus días y el día se les hacía corto. Eran muy divertidas y se las ingeniaban para jugar y reír de todo.
    Las tres palmeras movieron sus hojas como aceptando el consejo y desde ese día no volvieron a quejarse, sino más bien sonrieron más a menudo y fueron felices viviendo en el desierto muy unidas.

      http://www.encuentos.com/cuentos-cortos/las-tres-palmeras-cuentos-cortos/
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    El cuatro de espejos

    El cuarto de espejos narra la historia de una princesa que era muy presumida y vanidosa. No le importaba más nadie que ella misma. Ni su familia, ni su servidumbre, nadie. A todos los trataba con indiferencia; no necesitaba a nadie, ni quería a nadie. Un día vino un hada madrina como invitada a su casa y la muchacha la trato mal, los padres quedaron horrorizados, no sabían que hacer con su hija. El hada madrina como castigo le dijo a la muchacha:
         Si crees que no necesitas a más nadie, y sólo te quieres a ti, vivirás sola, con tu propio reflejo hasta que tu corazón cambie.
     La princesa fue encerrada en un cuarto de espejos, no podía salir, y día tras día lo único que veía era su reflejo en todos lados. Así pasaron años; se despertaba y lo único que veía era su cara reflejada en los espejos del cuarto; arriba, abajo, a los lados, en todo. Un día después de varios años la princesa empezó a sentirse sola y pensó que quizás no era mejor estar siempre sola, que quizás sí necesitaba a su familia, los extrañaba. A medida que iba progresando con estos sentimientos un espejo se tornaba invisible, y podía ver a través de el hacia afuera del cuarto. En un rincón veía al padre sentado escribiendo, en otro lado estaba su madre tejiendo. En la cocina veía su niñera que la había criado y era como una segunda madre, mas abajo en el jardín veía al hijo de la niñera, que estaba podando las rosas, él también había sido como un hermano, y recordó cuando jugaban juntos de niños. Poco a poco a medida que iba sintiendo afecto por todos ellos, los espejos iban desapareciendo y veía más y más hacia afuera, lo que se perdía, lo que extrañaba, lo que anhelaba. Hasta que llegó el día en que todo se tornó invisible y no aguantó las ganas y abrió la puerta y salió del cuarto. Al salir, toda su familia se contentó, ella lloró y los abrazó. Los extrañaba tanto…
    En esto llega el hada madrina; la princesa se asusta y le dice que no la vuelva a encerrar, no lo podría tolerar más, que ya aprendió, que no la vuelva a meter allí, ya no puede despertar día tras día viéndose solo ella misma en ese cuarto de espejos. El hada sonríe y le responde que ella nunca la encerró allí, que solo la metió, y fue su orgullo el que hizo que nunca abriera la puerta. Que ella pudo haber salido de allí en cualquier momento que hubiera querido. Pero su orgullo nunca le dejó tomar ese primer paso. Ella asumió lo peor y actuó en base a ello. Luego le dijo que el cuarto no era un cuarto de espejos, era un cuarto de cristal, y que siempre pudo haber visto a través de él, pero que a causa de sus sentimientos, lo único que veía reflejado en el cristal, era su propio reflejo. Y tenia que pasar un tiempo a solas antes de que empezara a ver a través de él, mas allá de ella misma, para poder ver las personas a su alrededor, cuánto la querían y cuánto ella los necesitaba. Que no tuviera miedo que eso ya no le volvería a pasar; ya era libre, que siempre lo fue, pero ahora lo era de corazón.
    www.encuentos.com/cuentos-cortos/el-cuarto-de-espejos/
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    El Gigante Egoísta

    Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
    “¡Qué felices somos aquí!”, -se decían unos a otros.
    Pero un día el Gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
    “¿Qué hacéis aquí?”, surgió con su voz retumbante.
    Los niños escaparon corriendo en desbandada.
    “Este jardín es mío. Es mi jardín propio”, dijo el Gigante; “todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.”
    Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
    ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
    BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
    Era un Gigante egoísta…
    Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar a la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
    “¡Qué dichosos éramos allí!”, se decían unos a otros.
     “La Primavera se olvidó de este jardín”, se dijeron, “así que nos quedaremos aquí el resto del año.”
    Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
    Los únicos que se sentían a gusto allí eran la Nieve y la Escarcha.
    La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
    “¡Qué lugar más agradable”, dijo. “Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.”
    Y vino el Granizo. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
    “No entiendo porqué la Primavera tarda tanto en llegar aquí”, decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco, “espero que pronto cambie el tiempo.”
    Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
    “Es un gigante demasiado egoísta” decían los frutales.
    De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte, el Granizo, la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
    Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
     “¡Qué bien! Parece que por fin llegó la Primavera” dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
    ¿Y qué es lo que vio?
    Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón se mantenía el Invierno. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niño, pero era tan pequeño que no lograba alcanzar las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas, que parecían a punto de quebrarse.
    “¡Súbete a mí, niñito!”, decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
    El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
    “¡Cuán egoísta he sido!” exclamó. Ahora sé porqué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a tirar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
    Estaba realmente arrepentido por lo que había hecho.
    Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo quedó aquel pequeñín del rincón más alejado, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo cogió suavemente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño se abrazó al cuello del Gigante y le besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera volvió al jardín.
    “Desde ahora el jardín será para vosotros, hijos míos”, dijo el Gigante, y asiendo un hacha enorme, echó abajo el muro.
    Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
    Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
    “Pero, ¿dónde está el más pequeñito?”, preguntó el Gigante, “¿ese niño que subí al árbol del rincón?”
    El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
    “No lo sabemos” respondieron los niños, “se marchó solito.”
    “Decidle que vuelva mañana” dijo el Gigante.
    Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
    Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más pequeñito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños, pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
    “¡Cómo me gustaría volverlo a ver!” repetía.
    Fueron pasando los años, y el Gigante envejeció y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
    “Tengo muchas flores hermosas”, decía, “pero los niños son las flores más hermosas de todas.”
    Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno, pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
    Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
    Lo que estaba viendo era realmente maravilloso. En el rincón más alejado del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
    Lleno de alegría, el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño, su rostro enrojeció de ira, y dijo:
    “¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?” Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
     “¿Pero, quién se atrevió a herirte?”, gritó el Gigante. “Dímelo, para coger mi espada y matarlo.”
    “¡No!”, respondió el niño. “Estas son las heridas del Amor.”
    “¿Quién eres tú, mi pequeño niñito?”, preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
    Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
    “Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en mi jardín, que es el Paraíso.”
    Y cuando los niños llegaron esa tarde, encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba enteramente cubierto de flores blancas…

    http://www.encuentos.com/cuentos-clasicos/el-gigante-egoista/
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    La vendedora de fósforos

    La víspera de Año Nuevo todo el mundo transitaba con prisas sobre la nieve para refugiarse al calorcito de sus hogares. Sólo la pequeña vendedora de fósforos no tenía dónde ir, y pregonaba incansable su modesta mercancía.
    No podía volver a la casa de su madrastra porque todavía no había vendido todos sus fósforos. Miró a través de una ventana iluminada y pensó que sería maravilloso estar con esos niños que habían adornado aquel árbol navideño.
    -Quiere usted fósforos, señor?, preguntó a un caballero que pasó a su lado.
    -No, gracias. Además, con este frío sacar las manos de los bolsillos no debe ser muy agradable, respondió el hombre, marchándose muy deprisa.
    La nieve empezó a caer con mas fuerza y la vendedora se refugió en un portal. Y como el frío era muy intenso, encendió uno de los fósforos para calentarse las manos. En medio de aquella luz, se le apareció un árbol navideño.
    CUANDO el fósforo se apagó, el árbol se desvaneció. Al encender otro vio en el círculo de la llama la figura de su madre, que estaba en el Cielo.
    -Mamá, mamá,, ¿por qué no me llevas contigo?, Le gritó la pequeña vendedora.
    Sonriendo, su madre le cogió la mano y le invitó a subir por una larguísima escalera de nubes. A pesar de eso, la niña no sintió cansancio alguno ni la fría caricia del viento. Nuestra amiga era feliz por estar junto a su madre.
    A la mañana siguiente, los transeúntes encontraron a la pequeña vendedora de fósforos en el portal, como dormida. Su alma había volado al Cielo.
    A la mañana siguiente el pueblo descubrió, al pasar, a la vendedora de fósforos, acurrucada y muerta, en un portal.
    - Pobre niña... Ha intentado calentarse las manos con sus fósforos, dijo alguien.
    Lo que todos ellos ignoraban era que la vendedora de fósforos había encontrado la felicidad. Ahora estaba en el Cielo con su madre, jugando con los angelitos. Y nunca más, nunca más, volvería a pasar frío. 


    www.leemeuncuento.com.ar/cerillera.html
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    Josefina

    Josefina es el nombre de la almohada de mi pequeño Alejandro, y que lo ha hecho vivir las más hermosas aventuras y hacer realidad los más hermosos sueños.

    Compré a Josefina cuando aún no había pensado tener un hijo, la compré para que me acompañara en mis viajes a la playa y fuera el sostén de mi cabeza cada vez que tomaba el sol, tumbada en la ardiente arena de alguna hermosa playa de mi linda Costa Rica.

    Durante cuatro años viví junto a Josefina y mis amigas inseparables, aventura tras aventura, conociendo lugares y admirando bellos paisajes, aventuras que conté a mi hijo en versión intantil, para hacer de sus noches un hermoso viaje al mundo de los sueños.

    Cuando mi hijo nació, Josefina llegó a ocupar un dulce espacio en su cunita, cuando fue creciendo fue Josefina quien sirvió de reposo ya no a mi cabeza, sino a la de mi dulce niño. Hasta la fecha, Alejandro no se va a dormir sin su adorada almohada azul.

    Josefina y el cangrejo rojo

    María tomaba el sol sobre la arena blanca, una arena llena de hermosos caracoles de miles de colores:  rojos, azules, violetas, amarillos, verdes, naranjas y de todas las formas que tú amiguito y amiguita, te puedas imaginar:
    largos, cortos, redondeados, triangulares, cuando de pronto sintió un pequeño dolor en su dedo gordo del pie, y de un salto se levantó sacudiendo con miedo y fuerza ambos pies, como quien huye de un hormiguero.


    Algo rojo salió volando por los aires a poca distancia de ella, se acercó para mirar y se sorprendió al descrubrir que era un hermoso cangrejo asustado tanto como ella, tal parece que en su afán de esconderse de algo o alguien se había agarrado de su dedo para sostenerse mientras abría un hoyo en la arena bajo su pie.
    Ambos se miraron con temor y sorpresa, el cangrejo no muy confiado dio un pequeño salto hacia atrás mientras miraba a la niña de grandes ojos azules, quien a su vez lo miraba a él con asombro.

    El cangrejo aclaró su voz y le dijo a María:

    -Lo siento, no quería asustarte, pero yo también estoy muy asustado porque en el mar me acabo de topar con una criatura gris y enorme, con dientes muy afilados, que quiere comerse todo lo que se encuentra a su paso y yo no quiero ser su cena.
    -¿De que hablas pequeño cangrejo rojo?, dijo la niña, ¿cuál animal viste y por qué tuviste que agarrarte de mi de mi dedo  gordo?, que aún me duele un poco, gimió la pequeña.

    El cangrejo volvió a disculparse y acercándose a María le acarició con su teñaza el dedito regordete de su pie.

    -¿Ves donde está toda aquella gente mirando hacia el mar?, pues ahí un enorme cocodrilo rompió la boya y pasó a este lado del mar, todos han tenido que agarrar sus salvavidas y pelotas de playa y nadar a salvo hasta la arena.
    -¿Y por qué crees que ese cocodrilo hizo eso? ¿por qué ha cruzado los límites y se ha acercado hasta la playa?

    -Tiene hambre, contestó el cangrejo, el río en el que vive está contaminado por tanta basura y químicos que el hombre ha arrojado en él. Los peces y otras especies marinas, de las cuales el cocodrilo se alimenta han muerto o si han tenido suerte de sobrevivir han nadado hacia otras aguas más seguras y limpias.
    -¡Oh, pobre cocodrilo! ¡Pero no debes preocuparte cangrejito rojo!
    -Horacio, dijo el cangrejo.   Horacio es mi nombre.
    -Horacio, dijo la niña, aquí donde nos encontramos estamos seguros, es más, para que dejes de temblar como lo haces y mientras esperamos para ver que sucede con el cocodrilo, te prestaré a mi querida almohada Josefina para que te tranquilices y descanses sobre ella.

    Horacio miró a María con sus enormes y no muy confiados ojos color miel  y acercándose le sonrió.  La pequeña lo tomó entre sus pequeñas manos y lo depositó sobre la almohada de color azul.

    Poco a poco el cangrejo se fue quedando dormido sobre la suave Josefina, y por su sonrisa se diría que soñando cosas hermosas.  Mientras a al distancia, el cocodrilo era rescatado de la playa por un grupo de guarda parques, quienes lo llevarían a un refugio cercano.

    María se dedicó a jugar con sus amiguitos a la pelota y mientras los niños reína, el cangrejito soñaba que volaba en una suave nube, en un hermoso día de sol y cielo de un azul intenso.

    El cangrejito Horacio en sus sueños había olvidado que allá abajo existía una amenaza, un cocodrilo con enormes dientes afilados, ese recuerdo lo hizo despertar de golpe y cuando abrió sus ojos no pudo evitar pegar un enorme salto al encontrarse con unos ojos azules, como el cielo que había soñado, y que lo miraban con gran asombro.

    -¿Has descansado cangrejito?, peguntó la niña.
    -Si, respondió Horacio, pero he despertado con un gran susto al recordar al enorme animal en la playa.
    -Ya no temas amiguito, le dijo María, ya puedes regresar al mar.  El cocodrilo ha sido llevado a un refugio para naimales y ya no será un peligro ni para ti, ni para nosotros.

    Con gran felicidad y cuidado, el cangrejo agarró con sus tenazas la mano de María y estampó sobre ella un gran beso de agradecimiento, con ternura se volvió para abrazar a Josefina, la almohada, que le había servido de refugio y protección.

    -El cangrejito le dijo a María antes de partir, no olvides que debemos cuidar los recursos naturales que aún tenemos, y eso solo lo podemos hacer trabajando juntos,  sembrando muchos árboles y no tirando basura a los ríos y playas.

    La niña le prometió que así lo haría y le contaría a sus amigos de la escuela lo que había sucedido con el cocodrilo gris y por qué se había convertido en un peligro para los humanos.Todo porque le habíamos destruído su hogar y no tenía nada que comer.

    Presuroso, el cangrejo corrió hacia el mar, pero antes de internarse en sus profundidades, agitó una de sus tenazas hacia María en señal de despedida.

    Y como decía mi mamá, colorín colorado este cuento se ha acabo.

    Buenas noches Alejandro.......




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    Fotos de Alejandro en busca de un cuento

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    Piqui, el pollito pedigüeño



    Aquella mañana...¡Bueno! Aquella mañana, Piqui, el pollito tomó su desayuno de trigo y se fue a visitar a Botín (Botín era un gato).
    -¿Me prestas tu estufa? -dijo Piqui. Y enseguida se la llevó sin esperar respuesta.


    -Ahora tendré que visitar a Tony -pió Piqui. Y allí nomás, rapido como el trencito, se acercó a la casilla de Tony (Tony era un perro).
    -¿Me prestas tu bufanda? -pidió Piqui....y sin permiso, echó a correr con ella.


    No todavía no descansó el pollito: porque ahora se dirigió a lo de Samy (Samy era un potrillo) y sin pensarlo dos veces, le pidió la bolsa de agua caliente.
    Cuando Samy apenas dijo "sí", ya Piqui había tomado y estaba listo para irse.


    -Sin embargo,aún me falta algo, pensó Piqui. Pero los animalitos reunidos en el jardín, también pensaron. Y lo que pensaron fue que Piqui era un pedigüeño, y que eso de andar de aquí para allá uscando cosas de la gente, no estaba bien.


    -Si ahora viene, no le voy a dar nada-dijo muy molesta la rana.
    Y para hablar, como era muy chiquita, se subió sobre una piedra pero no era una piedra, sino Lucila, la tortuga... ¡Qué susto y que risa!


    -¿Y si fuéramos a espiar lo quer hace Piqui? -propuso Tony.
    Despacito se acercaron a la casa de Piqui...y vieron que no estaba solo. Conversaba con una vieja señora que parecía muy pobre.


    -Mi buena amiga, ya no tendrás más frío este invierno -decía Piqui.
    -Gracias, muchas gracias, querido Piqui -respondía la señora. ¡Y le daba al pollito dos besos en las mejillas llenas de plumitas!


    -Nosotros también te ayudaremos... y para Piqui por ser tan bueno, te regalamos esto -dijo Samy, emocionado secándose una lagrimita.

    Y ahí mismo le entrego un helado de alpiste, ¡el preferido de los pollitos!




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    Cuento para Margarita, Rubén Darío


    Margarita, está linda la mar,
    y el viento
    lleva esencia sutil de azahar;
    yo siento
    en el alma una alondra cantar:
    tu acento.
    Margarita, te voy a contar
    un cuento.

    Este era un rey que tenía
    un palacio de diamantes,
    una tienda hecha del día
    y un rebaño de elefantes,
    un kiosco de malaquita,
    un gran manto de tisú,
    y una gentil princesita,
    tan bonita,
    Margarita,
    tan bonita como tú.

    Una tarde la princesa
    vio una estrella aparecer;
    la princesa era traviesa
    y la quiso ir a coger.

    La quería para hacerla
    decorar un prendedor,
    con un verso y una perla,
    y una pluma y una flor.

    Las princesas primorosas
    se parecen mucho a ti:
    cortan lirios, cortan rosas,
    cortan astros. Son así.

    Pues se fue la niña bella,
    bajo el cielo y sobre el mar,
    a cortar la blanca estrella
    que la hacía suspirar.

    Y siguió camino arriba,
    por la luna y mas allá;
    mas lo malo es que ella iba
    sin permiso del papá.

    Cuando estuvo ya de vuelta
    de los parques del Señor,
    se miraba toda envuelta
    en un dulce resplandor.

    Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
    Te he buscado y no te hallé;
    ¿y qué tienes en el pecho,
    que encendido se te ve?"

    La princesa no mentía.
    Y así, dijo la verdad:
    "Fui a cortar la estrella mía
    a la azul inmensidad".

    Y el rey clama: "¿No te he dicho
    que el azul no hay que tocar?
    ¡Qué locura! ¡Qué capricho!
    El Señor se va a enojar".

    Y dice ella : "No hubo intento:
    yo me fui no sé por qué
    por las olas y en el viento
    fui a la estrella y la corté".

    Y el papá dice enojado:
    "Un castigo has de tener:
    vuelve al cielo, y lo robado
    vas ahora a devolver".

    La princesa se entristece
    por su dulce flor de luz,
    cuando entonces aparece
    sonriendo el Buen Jesús.

    Y así dice: "En mis campiñas
    esa rosa le ofrecí:
    son mis flores de las niñas
    que al soñar piensan en mi".

    Viste el rey ropas brillantes,
    y luego hace desfilar
    cuatrocientos elefantes
    a la orilla de la mar.

    La princesita está bella,
    pues ya tiene el prendedor
    en que lucen, con la estrella,
    verso, perla, pluma y flor.

    Margarita, está linda la mar,
    y el viento
    lleva esencia sutil de azahar:
    tu aliento.

    Ya que lejos de mi vas a estar,
    guarda, niña, un gentil pensamiento
    al que un día te quiso contar
    un cuento.
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    Nubecita, el chanchito distraído

    Cuento de Héctor G. Oesterheld.
     


    Nubecita, el chanchito, era tan distraído que se olvidaba de jugar con sus amigos y se pasaba los días y los días mirando correr las blancas nubecitas por el cielo azul...
    Por eso todos lo llamaban Nubecita.
    Tan distraído era que una noche, cuando se fue a dormir, no se dio cuenta de que se acostaba arriba de un carro lleno de pasto.
    ¡Qué bien durmió esa noche!
    Pero el carro lo llevó a la ciudad...
    Ya en la ciudad, Nubecita se puso a trabajar con un heladero.
    Pero como era tan distraído. Nubecita se comió todos los helados, sin dejar ni uno solo, y además vendió el carrito.
    Entonces un diariero le dio un montón de diarios y revistas para que los vendiera. Pero como era tan distraído, Nubecita se sentó en la vereda y se puso a leer los chistes y las histoietas y a mirar las interesantes figuras en colores.
    Entonces se puso a trabajar con un repartidor de gaseosas, y allá fue Nubecita, de puerta en puerta, por todo el barrio, cargado de botellas.
    Pero como era tan distraído, Nubecita se tomó las gasesoas y tiró las botellas.
    Entonces se puso a trabajar con un cartero, ya llá fue Nubecita, con una gran cartera al hombro, llena de cartas.
    Pero como era tan distraído, apenas Nubecita encontró un buzón, metió todas las cartas adentro.
    Entonces todos se enojaron muchísimo con él, y el heladero, y el diariero, y el repartidor de gaseosas, y el cartero lo sacaron corriendo.
    Corrió y corrió Nubecita, hasta que se escondió en una casa.
    Pero como era tan distraído, no se dio cuenta de que la casa no era una casa, sino...¡el último coche de un tren...!
    UN tren que tutuuuuu, rápido, rapidito, lo llevó de vuelta al campo.
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